La democracia dentro de un centro educativo























La democracia dentro de un centro educativo



Andrea Gracia Zomeño y Sergio Peñaranda Escribano
2º curso Grado de Maestro en Educación Primaria “A”
Facultad de Educación de Cuenca: Educación y Sociedad  (Mercedes Ávila Francés y Francisco Javier Ramos Pardo)
Universidad de Castilla-La Mancha. España

RESUMEN

     Este ensayo tiene como finalidad analizar la democracia que hay dentro de un centro educativo y la importancia que supone vivir inmerso en una comunidad democrática y de calidad, aun resultando haber un desequilibrio entre la participación estipulada a través de la normativa y la que ejercen realmente los estudiantes. Más concretamente, se basa en los aspectos sociopolíticos que influyen en la comunidad escolar. Si bien, sus principales objetivos son demostrar que la participación democrática a nivel estudiantil sigue siendo escasa y las causas que favorecen dicha escasez.
     Además, en este artículo, dotado de un carácter informativo, se tratarán una serie de aspectos vinculados a nuestro día a día, yendo desde el análisis de la conceptualización del término “democracia”, junto con sus elementos fundamentales, hasta la propuesta de una serie de actuaciones de mejora del nivel democrático institucional, pero antes pasando por la concepción de “escuela democrática” y por los órganos gubernamentales del centro en los que participan los estudiantes, así como por el verdadero nivel participativo de estos en la Institución.


PALABRAS CLAVE
   Democracia, escuela democrática, ciudadanía, órganos de gobierno del centro, participación democrática estudiantil.

1. Introducción

El presente ensayo se basará en la democracia existente dentro de un centro educativo (específicamente el nuestro) y concretamente estará fundamentado en aspectos sociopolíticos de la comunidad escolar. Así pues, este girará en torno a una hipótesis, la cual sería que “la participación democrática estudiantil  es “sumamente escasa” pese al papel que la normativa concede a los alumnos en la toma de decisiones en la Institución”. Además, el tema será enfocado tal que así, por la importancia cotidiana que este tiene y como acto de superación de la simple reproducción de conocimientos, es decir, como fomento al desarrollo y a la creación de nuestros propios conocimientos (estudiantes partícipes). Al mismo tiempo, adentrarnos en este imprescindible tema nos será de gran ayuda, pues podremos descubrir cercanamente, no solo la importancia que tiene el desarrollo social y personal para los sujetos, sino lo esencial de compartir aprendizajes y vivir en comunidad de manera democrática.

A partir de esta hipótesis, el objetivo principal de dicho ensayo sería demostrar que el papel real que jugamos los estudiantes a la hora de decidir en la Institución y el papel que la normativa nos asigna en dicho proceso sea diferente en general; es decir, si la participación democrática sigue siendo casi nula y que causas lo favorecen y a la vez, observar la inferior participación que hay por nuestra parte, pese al reconocimiento que hay de esta por parte de la normativa, ya que a nivel formal “se trata” de aumentar la implicación de los estudiantes en la vida institucional.

Con el trascendental fin de cumplir nuestros objetivos, reuniremos una serie de fuentes que nos permitan argumentar con cierto carácter informativo los principios que causan que los estudiantes no suelan participar en el centro universitario y las conexiones entre estas y la falta de participación en otras dimensiones de la sociedad.

Ahora bien, para ello, trataremos diversos aspectos, que serían, primeramente, una fundamentación teórica que incluya el concepto de democracia junto con una explicación que la relacione con algunos de sus elementos básicos; en segundo lugar, un estudio de la normativa que regula nuestro centro, dando pie a un análisis de las estructuras formales y de los mecanismos participativos previstos y el papel que realmente jugamos, así como las causas de esta escasez participativa; y por último, una serie de propuestas de mejora que aumenten la calidad democrática de nuestro centro.

2. La democracia y algunos de sus elementos fundamentales

¿De qué hablamos cuando mencionamos la palabra “democracia”? Teniendo en cuenta la existencia de su variada tipología y las diferentes concepciones y acepciones que han ido surgiendo sobre esta a lo largo del tiempo, así como la dificultad que supone definir rigurosamente un término tan amplio y complejo, primeramente debemos indicar que la palabra significa, de manera literal,  “poder [...] del pueblo [...]” (Sartori, 2012, p. 3).

Si bien, partiendo de esta precisa concepción, la democracia puede ser entendida como una forma de gobierno, que incluye la participación de los ciudadanos a la hora de tomar decisiones, independientemente de sus características individuales (sexo, etnia...) (Real Academia Española, s. f.).
Entonces, si este tipo de gobierno no está al margen de la colaboración por parte del pueblo, ¿cuál es realmente  el vínculo que existe entre este y la participación ciudadana?, ¿qué significa objetivamente el término “participación”? Por un lado, colaborar-participar, representa, de modo general “[“compartir” algo con alguien] o convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona” (Merino, 1995, p. 9).

Por otro, debemos indicar, que el hecho de poder “participar” resulta ser un derecho imprescindible, pues no solo nos ayuda a desarrollarnos personalmente, sino que nos posibilita, de manera esencial, a estructurar y organizar una comunidad sumergida en la democracia, y al mismo tiempo a vivir en comunidad. En otras palabras, la participación resulta ser un elemento fundamental para el desencadenamiento de la democracia y de ahí deriva la inevitable conexión entre ambos términos (Naval, 2003).

Simultáneamente, todo ello nos conduce a plantearnos una serie de cuestiones, ¿hay verdaderamente un mismo grado de compromiso participativo para cualquier tipo de democracia?, ¿hay una única forma eficaz de participación democrática? Basándonos en la “inclusión”, en mayor o menor medida, de nuestras opiniones en el día a día y las diferentes decisiones que tomamos, como por ejemplo, la elección de representantes en el ámbito político, podemos deducir que son variados los tipos de democracia existentes y que el compromiso participativo varía no solo en función de la tipología, sino también dentro de la misma (Merino, 1995). Un claro ejemplo sería que la democracia representativa en relación con la participativa, concede a los ciudadanos una menor participación a la hora de decidir sobre temas políticos (Naval, 2003). Sin embargo, el mayor o menor grado de intervención en estos asuntos, no influye en que la propia noción de “ciudadanía” aluda a colaborar políticamente en un sistema democrático (Ávila Francés, 2016).

Además, debemos tener en cuenta que las votaciones no son la única razón de vitalidad  de la participación democrática, ya que, pese a ser  una manera sencilla y necesaria para colaborar seleccionando a los representantes políticos, hay otras múltiples formas de dar vida a estas intervenciones y por tanto, habría que relacionar los métodos electorales con las decisiones políticas diarias (Merino, 1995).

En lo que respecta a la alusión anterior al término “ciudadanía”, debemos indicar que este, del mismo modo, indica “la pertenencia a una determinada comunidad política” (Ruiz Miguel, 2008, citado en Ávila Francés, 2016, p. 167). Entonces, derivada de la idea de que los términos “participación” y “democracia” son inseparables y de que la ciudadanía implica que seamos partícipes, podríamos deducir que esta forma participativa de gobierno depende de los ciudadanos y que a su vez, los individuos dependen de la democracia para ser considerados ciudadanos. Abreviando, podríamos mencionar que la ciudadanía es un elemento primordial en una comunidad democrática (Fernández García, 2015).

3. La democracia dentro de un centro educativo: el papel participativo que asigna la normativa a los alumnos frente al papel real jugado en nuestro centro universitario

Partiendo del vínculo existente entre democracia y participación y basándonos en nuestra hipótesis principal, surgirían varias cuestiones, las cuales serían: ¿qué significa participar dentro de un centro escolar?, ¿podemos relacionar democracia y educación? Si bien, teniendo en cuenta que una buena democracia requiere a unos ciudadanos cultos, se puede deducir que la escuela es partícipe de la formación de estos y de ahí la responsabilidad que la educación supone sobre la democracia (Feito, 2010).

Entonces, procedente de lo mencionado, llegamos a planteamos lo siguiente: ¿qué se entiende por escuela democrática?, ¿qué hace que un centro sea democrático? Por un lado, debemos atribuir a esta concepción de escuela tres ideas fundamentales que la representan; primeramente, el hecho de que asegure una comunidad escolar que apueste por la inclusión y que sea exitosa y de calidad; en segundo lugar, que incluya la implicación de padres, profesores y alumnos a la hora de gestionar los centros y por último, una escuela con sus respectivas aulas, que se apoye en la democratización (Feito, 2009). Por otro lado, es también trascendental considerar no solo que hay diferentes grados de participación, sino también que algunos profesores, a nivel general, atribuyen las mejoras de la sociedad con algo externo al propio órgano institucional, es decir, simplemente relacionan los hábitos de una persona partícipe con el funcionamiento del centro (votar, tomar decisiones); como un simple refuerzo para el futuro de dichos ciudadanos (Martínez, 2003).

Estas ideas nos conducen a plantearnos cuales son realmente los objetivos que tiene el sistema educativo, ya que como bien hemos mencionado, para algunos docentes, este estaría al margen de las mejoras sociales. En relación a ello, cabría señalar que estos pensamientos derivarían en la idea de una escuela que tan solo busca que los estudiantes pasen al siguiente curso, aprueben los trabajos/exámenes y alcancen unos buenos resultados. No obstante, al respecto, debemos señalar, que en teoría, lo que “verdaderamente deseamos” es aprender a pensar (Feito, 2009). Sin embargo, esta última idea es algo contradictoria, ya que, como bien sabemos, los estudiantes hacemos constantes quejas sobre  las insuficientes posibilidades que tenemos para participar y reflexionar sobre determinados aspectos, pero a la vez, como es visible, es escaso el interés existente por ser partícipes (Jover et al., 2011, citado en Ávila Francés, 2016).

Dicho de este modo, ¿podría establecerse una relación entre esta falta de interés por colaborar y  la supuesta decadencia al integrarnos en una comunidad educativa de participación democrática?, ¿en qué momentos existiría ciertamente la escuela democrática?  Si ahondamos en nuestro propio centro universitario, podremos observar que hay múltiples respuestas al respecto, ya que, por una parte, si aludimos al hecho del nivel participativo formal, es posible afirmar que existen diversas formas colaborativas, como por ejemplo las tareas de Aprendizaje Servicio (Ávila Francés, 2016).

Además, debido a nuestro papel, no solo como estudiantes sino como ciudadanos partícipes de nuestra política educativa y del gobierno universitario a nivel formal o reglamentario, está claro, según indica la normativa, el derecho a que participemos, tal y como aparece en el Real Decreto 1791/2010, de 30 de diciembre, por el que se aprueba el Estatuto del Estudiante y la constitución de un Consejo del Estudiante Universitario. Asimismo, en relación a la normativa, cabe señalar que uno de los tipos democráticos predominantes en nuestra comunidad educativa es la democracia representativa, la cual es visible a través de la Junta de Facultad, los Delegados de estudiantes, los Delegados de Grupo o el Consejo de Representantes, entre otros; como formas organizativas en las que la democracia es ejercida por uno o varios representantes y no por el conjunto de ciudadanos (estudiantes) (Resolución 14258/2015, Anexo).

Si bien, profundizando en algunos de los principales organismos que suponen la participación estudiantil, a modo reglamentario, podemos señalar primeramente que en cuanto al órgano colegiado representativo mencionado; la Junta de Facultad de la Universidad y sus respectivas funciones (elegir al Decano, “elaborar” los planes de estudio...), hay cierta presencia de representación estudiantil, pero de tan solo 6 alumnos entre un total de 36 representantes, lo que supone una participación de un 16,6% sobre el total (art. 72), aunque concretamente en nuestra Facultad (la Facultad de Educación de Cuenca), estaríamos hablando de 6 alumnos entre un total de 34 representantes. En segundo lugar, en lo vinculado a los Delegados Estudiantiles o referentes representativos de todos los alumnos de la Institución, podemos señalar que habría uno por campus y que son seleccionados por las delegaciones centrales de campus[1] y por las delegaciones de centro; incluyendo estas últimas a los delegados y subdelegados de grupo, entre otros (art. 134). En tercer lugar, podemos aludir al Consejo de Representantes, como órgano regulador de la representación del alumnado en el centro universitario, el cual está conformado no solo por cuatro estudiantes de cada campus sino también por los delegados estudiantiles, los delegados de campus, el secretario y el tesorero o administrador (art. 132) (Resolución 14258/2015, Anexo).

Por otro lado, tras todo lo indicado, nos preguntamos: ¿sería contradicha la escasa participación democrática que teóricamente hay en nuestra Institución, con el hecho de que la normativa atribuya este carácter participativo a los estudiantes?, ¿qué papel jugaríamos realmente a nivel participativo? De manera necesaria, debemos indicar, que bien es cierto como se menciona, la presencia, la validez y el cumplimiento del reglamento específico del que hemos hablado, aunque de manera bastante peculiar. Estas peculiaridades se pueden presenciar tanto en docentes como en discentes, por ejemplo, con el hecho general de que algunos profesores nos arrebaten nuestras propias decisiones, utilizando la simple justificación de que nuestra ideología se posiciona en un rango inferior a la de los “expertos”, es decir, suponiendo la anulación de nuestro derecho a participar (Bautista Martínez y Aróstegui Plaza, 2001). Asimismo, otra de estas ideas (previamente señalada), sería la existencia de constantes quejas por querer ser partícipes, lo cual supone una contradicción a la realidad, ya que, a modo ejemplar, cuando se eligen representantes en las distintas votaciones, no hay una implicación a la hora de que los posibles candidatos se presenten como tales, ni tampoco un gran interés de los diferentes órganos por colaborar. Del mismo modo, resulta ser tan intensa esta dejadez, que incluso, en muchas ocasiones, los estudiantes no aparecen por las reuniones que se realizan en torno a los distintos órganos en los que se les incluye como partícipes (Soler, Pallisera, Planas, Fullana, Vilà, 2012, citado en Ávila Francés, 2016).

Al mismo tiempo, es esencial tener en cuenta, que una de las causas atribuidas a esta escasez participativa, se debe al poco tiempo que indican tener los estudiantes para llevar a cabo  los estudios académicos, a la vez que la colaboración en la Institución; aunque debemos señalar, que esto puede ser un mero pretexto, ya que lo que realmente pasa es que el alumnado no está verdaderamente informado sobre la organización, el reglamento y el rol que tienen cada uno de los órganos gubernamentales del centro, lo que supone también una desinformación fuera del ámbito educativo, que conllevará a una escasez participativa en otros ámbitos sociales (Soler et al., 2011, citado en Ávila Francés, 2016). Otra de las causas atributivas a esta escasez colaborativa, podría ser la poca participación que hay por parte de los familiares (Feito, 2010). Entonces, partiendo de que la colaboración familiar es uno de los requisitos primordiales de la escuela democrática, podríamos afirmar que generalmente no se cumple (Feito, 2009).

A pesar de esta “escasa implicación” a nivel real en el contexto educativo, por una parte, podemos señalar, que hay una mayor preferencia por parte del alumnado, de ejercer una participación a nivel individual (en blogs, portales virtuales particulares...); lo que indicaría perjudicar a la propia comunidad como parte de un colectivo, en el que la ciudadanía es fundamental para la democracia (Jover et al., 2011, citado en Ávila Francés, 2016). Por otra parte, en el propio proceso de enseñanza-aprendizaje en el aula y pese a las posteriores quejas, los alumnos suelen asumir un rol pasivo en el que evitan la participación y se limitan a responder y a seguir las indicaciones que marcan los docentes, evitando con ello ser considerados, a rasgos generales, como ciudadanos partícipes, o lo que es lo mismo ejerciendo un papel pasivo o distante en la democracia. Entonces bien, esta pasividad nos impediría, a modo general, el cumplimiento de otro de los requisitos de una escuela democrática; concretamente el de democratización en las aulas (Feito, 2010).


4. La búsqueda de actuaciones que ayuden a mejorar el nivel democrático en el propio proceso de enseñanza-aprendizaje y la atmósfera institucional

Más allá de la relación entre democracia y educación y la disimilitud que hay entre la participación asignada a los estudiantes por parte de la normativa y la que realmente es jugada, trataremos de hacer una serie de propuestas que promuevan la búsqueda de un equilibrio entre estas diferencias. Si bien, para ello, primeramente, al igual que propone Martínez (2003), podríamos proponer la democratización de cada una de las metodologías docentes, con el principal fin de trabajar las diferentes teorías democráticas que hay y con el esencial propósito de conseguir una ciudadanía activa que participe en la Institución.

Asimismo, por una parte, consideramos que sería fundamental que el propio centro universitario incluyese información de diversos aspectos como: el reglamento por el que está regido, la organización del mismo, y por último y no menos importante, sobre los órganos de gobierno del centro y sus propias funciones. Al mismo tiempo, señalaremos que para ello, se podrían hacer charlas o reuniones informativas justo al principio de cada curso, pero también incluiríamos ciertos contenidos en las asignaturas, los cuales estuviesen vinculados con la educación ciudadana y al mismo tiempo con la democracia y la participación. Ahora bien, esto estaría fundamentado por el simple hecho de que los alumnos no parten de grandes conocimientos sobre el tema y con ello, lograrían conocer el papel reglamentario participativo en qué pueden llegar a implicarse tanto a nivel educativo, como al margen de este (instituciones de la propia sociedad) y también podrían incrementarlo con dicha formación. Recapitulando, deducimos que no hay una experiencia vinculada a las etapas educativas que han cursado anteriormente, y esto se observa a través de estos escasos conocimientos (Ávila Francés, 2016).

Por otra parte, aludiríamos al hecho de la importancia que supondría que el centro ofertase, en más de en una ocasión, algún tipo de curso relacionado con la democracia, para hacer ver la importancia que esta supone, así como lo primordial que resulta que los alumnos y el resto de ciudadanos participen en la comunidad educativa, con el principal objetivo de que esta forma de gobierno no vaya decayendo. Esta  oferta, aunque parece algo anómala, ya se cumplió hace dos veranos; en 2016, cuando en el propio campus de Cuenca se ofertó el curso denominado “Globalización y crisis de la democracia”, aunque no solo fue dirigido a los alumnos de este centro (Cuenca ON, 2016). Asimismo, en dichos cursos, se podría incluir una propuesta donde cada uno de los participantes pudiesen ejercer alguno de los roles de los órganos de gobierno del centro; con la finalidad de ver realmente las funciones de estos cargos.

5. Conclusiones

Para concluir, señalaremos que la necesidad de tratar este relevante tema, nos ha permitido cumplir cada uno de los objetivos que nos habíamos propuesto, ya que hemos podido comprobar que la participación democrática estudiantil a nivel real es escasa, así como algunas de las causas que favorecen esta escasez. Al mismo tiempo, hemos podido corroborar que el papel que la normativa de nuestro centro concede al alumnado es diferente al que realmente ejerce, es decir, que hay presencia de un desequilibrio entre el reglamento y la realidad participativa.

Asimismo, en correspondencia con los apartados que hemos ido abordando para llevar a cabo este ensayo, nos basaremos en indicar que estos nos han conducido a plantearnos una serie de preguntas: ¿podrían llegar a equilibrarse estas diferencias entre el nivel normativo participativo y el nivel real jugado por parte de los estudiantes?, ¿habrá un mayor interés estudiantil en lo vinculado a la democracia educativa, en un futuro?, ¿por qué hay tanta inexperiencia y falta de formación en el alumnado en lo referentes a dichos temas?, ¿qué consecuencias puede llegar a tener esta escasez de participación democrática?, ¿habrá realmente algún tipo de interés en que los alumnos estén desinformados en estas cuestiones por parte de los docentes? Con todo ello y con cada uno de los apartados, podemos recapitular, que por un lado, democracia, participación y ciudadanía resultan ser términos inseparables; por otro lado, respecto a la participación estudiantil en nuestro centro universitario, que esta es reconocida en diversos órganos de gobierno y que pese a las continuas quejas estudiantiles, el nivel real sigue siendo sumamente escaso, y por último, sobre las posibles actuaciones que podrían lograr mejorar esta situación, se propondrían charlas informativas o cursos formativos, entre otros.

Además, como propusimos en nuestra principal hipótesis, la participación democrática estudiantil resulta ser “sumamente escasa” y hay diversas causas que contribuyen a ello. Aparte de ello, hemos podido observar que no solo hay presencia de dicha escasez en la comunidad educativa, sino que esta se desplaza también a otras dimensiones de la sociedad.

En síntesis, a través de este trabajo científico hemos logrado dar veracidad a nuestra hipótesis, a la vez que hemos cumplido cada uno de nuestros objetivos, no solo a través de una fundamentación teórica, sino con ayuda de ciertos datos concretos.

6. Referencias legislativas

Real Decreto 1791/2010, de 30 de diciembre, por el que se aprueba el Estatuto del Estudiante Universitario. BOE núm. 318, 31 de diciembre de 2010. Recuperado el 21 de febrero de 2018, de https://goo.gl/WUqmdz

Resolución 14258/2015, de 18 de diciembre, de la Dirección General de Universidades, Investigación e Innovación, por la que se ordena la publicación de los estatutos de la Universidad de Castilla-La Mancha. DOCM núm. 230, 24 de noviembre de 2015. Recuperado el 22 de febrero de 2018, de https://goo.gl/Bom5Gk

7. Referencias bibliográficas

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Bautista Martínez, J. y Aróstegui Plaza, J. L. (2001). La participación democrática del alumnado en los centros de Educación Secundaria. Revista de educación, (326), 277-295.
Cuenca ON. (2016). Globalización y crisis de la democracia [Mensaje en un blog]. Blog UCLM. Recuperado de https://goo.gl/NTjJbC
Feito, R. (2009). Escuelas democráticas. Revista de la Asociación de Sociología de la Educación (RASE), 2(1), 17-33.
Feito, R. (2010). Escuela y democracia/School and Democracy. Política y sociedad, 47(2), 47-61.
Fernández García, E. (2015).  Democracia y ciudadanía. Eunomía. Revista en Cultura de la Legalidad, (8), 15-36.
Martínez, A. (2003). ¿Qué dices tú, hoy, de la democracia en la escuela? Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 17(3), 105-128.
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Real Academia Española. (s.f.). Democracia [artículo enmendado]. En Diccionario de la lengua española (avance de la 23. ª ed.). Recuperado de https://goo.gl/TyNWPU
Sartori, G. (2012). Definir la democracia. En G. Sartori (A.), ¿Qué es la democracia? (pp. 3-11). Madrid: Taurus.




[1] Órgano que orienta y coordina la representación estudiantil en cada campus de la UCLM, junto con las delegaciones de centro. (Se ha consultado el Anexo de la Resolución 14258/2015).

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